La Madre María de Gonzaga decidió que mi entrada en el Carmelo
no se efectuase hasta después de la
cuaresma.
¿Cómo transcurrieron estos tres meses
tan ricos en gracias para mi alma?
Al principio me vino la tentación de no
molestarme en llevar una vida tan ordenada como la que por costumbre hacía.
Pero bien pronto comprendí el valor de aquel tiempo que se me concedía, y
resolví entregarme más que nunca a una vida seria y mortificada.
Cuando digo mortificada, no es para
hacer creer que hacía grandes penitencias. ¡Ay, nunca hice ninguna! Muy lejos
de parecerme a esas grandes almas que desde su infancia practicaron toda clase
de mortificaciones, yo no sentía por ellas ningún atractivo. Sin duda, aquello
era debido a mi flojedad, pues no hubiera podido, como Celina, buscar mil
pequeñas industrias para sufrir.
Mis mortificaciones consistían en quebrantar
mi voluntad, siempre dispuesta a salirse con la suya; en callar cualquier
palabra de réplica, en prestar pequeños servicios sin hacerlos valer, en no
apoyar la espalda cuando me sentaba, etc., etc.,…
Con la práctica de estas naderías me preparé a ser la
prometida de Jesús, y me es imposible decir qué cantidad de dulces recuerdos me
dejó esta espera…
Tres meses pasan pronto. Por fin, llegó el momento tan
ardientemente deseado.
(Historia de un alma. Relato autobiográfico de Santa Teresita
del Niño Jesús).
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