domingo, 19 de noviembre de 2017

Papa Francisco en Egipto (IV)


5- La tentación del «faraonismo» ―¡estamos en Egipto!―, es decir, de endurecer el corazón y cerrarlo al Señor y a los demás. Es la tentación de sentirse por encima de los demás y de someterlos por vanagloria, de tener la presunción de dejarse servir en lugar de servir. Es una tentación común que aparece desde el comienzo entre los discípulos, los cuales —dice el Evangelio— «por el camino habían discutido quién era el más importante» (Mc 9,34). El antídoto a este veneno es: «Quien quiera ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos» (Mc 9,35).


6- La tentación del individualismo. Como dice el conocido dicho egipcio: «Después de mí, el diluvio». Es la tentación de los egoístas que por el camino pierden la meta y, en vez de pensar en los demás, piensan sólo en sí mismos, sin experimentar ningún tipo de vergüenza, más bien al contrario, se justifican. La Iglesia es la comunidad de los fieles, el cuerpo de Cristo, donde la salvación de un miembro está vinculada a la santidad de todos (cf. 1Co 12,12-27; Lumen gentium, 7). El individualista es, en cambio, motivo de escándalo y de conflicto.

sábado, 18 de noviembre de 2017

Nuestro sí. P. Mendizábal (XXX)


Como María, debemos de tenerlo claro. En la aceptación de nuestra misión y de nuestra vocación, damos un sí confiado al Señor, y un sí a lo que todavía no sabemos que será en concreto, pero al que de antemano decimos sí.

¿Es razonable dar ese sí? Es razonable. ¿No es una aventura? Lo es. Toda entrega de amor es una aventura. Pero se apoya en el amor mismo, en el Señor, que nos conduce por ese camino. Y como conocemos el Amor y la Providencia de Dios, nos fiamos.


María lo da, y nosotros también lo debemos dar. Por eso es conveniente renovar continuamente ese sí en las circunstancias en las que nos vamos a encontrar, en los problemas que vayan surgiendo… Sabemos que hay muchos obstáculos que pueden insidiar nuestro camino, y que eso no lo teníamos presente explícitamente en el momento de nuestro sí, pero tampoco lo excluíamos. Mi sí no lo daba por esos detalles, sino que lo daba por la sustancia de mi entrega, de mi aceptación. 

(Con María, P. Mendizábal)

viernes, 17 de noviembre de 2017

La retaguardia. P. Segundo Llorente (XXXIII)


Son las almas buenas de la retaguardia, esas almas que se afligen porque no son enviadas, las que con sus oraciones y sacrificios mantienen el frente.

Presuponiendo que están en gracia, viven unidas a Cristo como los sarmientos a la vid y tienen parte activísima en la circulación de la sangre divina por todo el cuerpo místico.

Injertadas en Cristo producen sazonados frutos de redención, conversión, santificación y salvación de innumerables almas; unas más y otras menos según el grado de unión que tengan con Cristo.

Basta que todo lo hagan por amor de Dios; y mientras más desinteresado y fino sea ese amor, más ricos serán los frutos espirituales que producen.

El andar, comer, vestirse, dormir, peinarse y cortarse las uñas hecho todo por amor de Cristo y en unión íntima con Jesucristo produce tres frutos riquísimos que son: gloria a Dios, santificación personal, y conversión de almas apartadas de Dios.

(P. Segundo Llorente, 40 años en el Círculo Polar)



jueves, 16 de noviembre de 2017

En el corazón de las vicisitudes humanas (II)


Si esto no sucede, si os habéis vuelto distraídos o peor todavía, si no conocéis este mundo contemporáneo sino que conocéis y estáis habituados sólo al mundo que os resulta más cómodo o que más adormece, ¡entonces es urgente una conversión! La vuestra es una vocación en salida por naturaleza, no sólo porque os lleva hacia el otro, sino también y sobre todo porque os pide habitar donde habita cada hombre. Italia es la nación con mayor número de institutos seculares y de miembros. Sois un fermento que puede producir un buen pan para tantos, ese pan del que hay tanta hambre: la escucha de las necesidades, de los deseos, de las desilusiones, de la esperanza. Lo mismo que los que os han precedido en esta vocación, vosotros podéis devolver esperanza a los jóvenes, ayudar a los ancianos, abrir caminos hacia el futuro, difundir el amor en cada lugar y en cada situación. Si esto no sucede, si en vuestra vida ordinaria falta el testimonio y la profecía, entonces, os repito nuevamente, es urgente una conversión.

No perdáis nunca el ímpetu de caminar por los caminos del mundo, la conciencia de que caminar, andar aunque sea con paso incierto o tropezando, es siempre mejor que permanecer inmóviles, encerrados en las preguntas que se hace uno mismo o en las propias seguridades. La pasión misionera, la alegría del encuentro con Cristo que os empuja a compartir con los demás la belleza de la fe, aleja el peligro de quedar atrapados en el individualismo. El pensamiento que propone el hombre como artífice de sí mismo, guiado sólo por sus propias elecciones y por sus propios deseos, a menudo revestidos de una aparente belleza de libertad y de respeto, corre el peligro de minar los fundamentos de la vida consagrada, especialmente de la secular. Es urgente revalorizar el sentido de pertenencia a vuestra comunidad vocacional que, precisamente porque no se fundamenta en una vida común, encuentra sus puntos fuertes en el carisma. Por ello, si alguno de vosotros constituye para los demás una posibilidad preciosa de encuentro con Dios, debe redescubrir la responsabilidad de ser profecía como comunidad, de buscar juntos, con humildad y con paciencia, una palabra de sentido que puede ser un don para la nación y para la Iglesia, y de testimoniarla con sencillez. Sois como antenas listas para acoger las semillas de novedad suscitadas por el Espíritu Santo y podéis ayudar a la comunidad eclesial a hacer suya esta mirada de bien y encontrar nuevos y valientes caminos para llegar a todos.

(Papa Francisco, 
discurso a la Asamblea General de la Conferencia Italiana de Institutos Seculares, 
10 de mayo de 2014)

miércoles, 15 de noviembre de 2017

Imitación del Verbo Humanado. Santa María Magdalena de Pazzi (VI)


Magdalena ya era religiosa de cuerpo entero. 

Amó ardentísimamente a la religión y estima de estimaba este estado más que cualquier otra grandeza del mundo y decía que en esto no envidiaba a los serafines del paraíso, porque por medio de los votos de la religión podía imitar al Verbo Humanado, lo cual a ellos no les era concedido.

(Santa María Magdalena de Pazzi)

martes, 14 de noviembre de 2017

¡Cuántas almas llegarían a la santidad si fuesen bien dirigidas!


Comprendí cuan inmensa desgracia es no formar bien a las almas desde el primer despertar de su razón, cuando se asemejan a la cera blanda sobre la que se pueden imprimir tanto las huellas de la virtud como las del pecado.

¡Cuántas almas llegarían a la santidad si fuesen bien dirigidas!

Sé muy bien que Dios no necesita de nadie para realizar su obra. Pero así como permite a un hábil jardinero cultivar plantas raras y delicadas y le dota para ello de la ciencia necesaria, reservándose para sí el cuidado de fecundarlas, del mismo modo desea Jesús ser ayudado en su divino cultivo de las almas.


¿Qué sucedería, si un jardinero inhábil no injertase bien sus árboles? ¿Si no supiese conocer la naturaleza de cada uno y se empeñase en sacar rosas de un melocotonero? Haría morir al árbol, el cual, por otra parte, era bueno y capaz de producir frutos.

Así es como hay que saber reconocer lo que pide Dios a las almas desde la niñez, y secundar la acción de su gracia, sin precipitarla ni retrasarla nunca.

(Historia de un alma. Relato autobiográfico de Santa Teresita del Niño Jesús)

lunes, 13 de noviembre de 2017

domingo, 12 de noviembre de 2017

Papa Francisco en Egipto (III)


3- La tentación de la murmuración y de la envidia. Y esta es fea. El peligro es grave cuando el consagrado, en lugar de ayudar a los pequeños a crecer y de regocijarse con el éxito de sus hermanos y hermanas, se deja dominar por la envidia y se convierte en uno que hiere a los demás con la murmuración. Cuando, en lugar de esforzarse en crecer, se pone a destruir a los que están creciendo, y cuando en lugar de seguir los buenos ejemplos, los juzga y les quita su valor. La envidia es un cáncer que destruye en poco tiempo cualquier organismo: «Un reino dividido internamente no puede subsistir; una familia dividida no puede subsistir» (Mc 3,24-25). De hecho ―no lo olvidéis―, «por envidia del diablo entró la muerte en el mundo» (Sb 2,24). Y la murmuración es el instrumento y el arma.

4- La tentación de compararse con los demás. La riqueza se encuentra en la diversidad y en la unicidad de cada uno de nosotros. Compararnos con los que están mejor nos lleva con frecuencia a caer en el resentimiento, compararnos con los que están peor, nos lleva, a menudo, a caer en la soberbia y en la pereza. Quien tiende siempre a compararse con los demás termina paralizado. Aprendamos de los santos Pedro y Pablo a vivir la diversidad de caracteres, carismas y opiniones en la escucha y docilidad al Espíritu Santo.

(Encuentro del Papa Francisco en Egipto 
con el clero, los religiosos, religiosas y seminaristas, 
Abril 2017)

sábado, 11 de noviembre de 2017

Cuatro cosas perjudiciales para la vida espiritual


Cuatro cosas hay que son muy perjudiciales a la vida espiritual, y en las cuales se fundan ciertas máximas perversas que se infiltran en las comunidades religiosas: 

1ª la estima del talento y de cualidades puramente humanas; 

2ª el afán de ganarse amigos con miras terrenas; 

3ª una conducta demasiado naturalista que solo escucha a la humana prudencia, y un espíritu astuto muy opuesto a la simplicidad evangélica; 

4ª las distracciones superfluas que el alma busca, y las conversaciones o lecturas que solo traen al alma satisfacciones naturales.

De ahí nace la ambición, el afán de honras, el deseo de sobresalir y el buscar las propias comodidades: cosas todas muy opuestas al progreso espiritual.

(Las tres edades de la vida interior, Garrigou-Lagrange)

viernes, 10 de noviembre de 2017

Nada hay molesto fuera del pecado. Santo Cura de Ars (XLIX)


El Cura de Ars, hasta entonces tan refractario a dejarse cuidar, se mostró dócil como un niño. Recuérdese con qué repugnancia, durante su enfermedad de 1843, aceptó que pusieran un colchón en su cama. Pues bien, en la madrugada del sábado, tendieron uno sobre su duro jergón, y dio las gracias con una sonrisa. Tomó cuantas medicinas le dieron. Solo una vez se quejó, cuando una Hermana de San José se puso a cazar las moscas que se posaban sobre su rostro bañado en sudor. Hizo un además, y algunos creyeron oír estas palabras: “Deje usted a las pobres moscas… Nada hay molesto fuera del pecado…”.


El demonio no tuvo permiso para atormentarle en su hora suprema. Su mayor aprensión había sido siempre la de desesperar en los últimos momentos. Mas el temor de la muerte, del que tan vivas muestras había dado, desapareció por completo.

Después de haber gustado hasta las heces el cáliz de la amargura de esta vida de destierro saboreaba las delicias de la muerte, y realizaba en sí mismo una de sus expresiones: “¡Qué agradable es morir, cuando se ha vivido sobre la cruz!”

(El Santo Cura de Ars, Arcaduz)

jueves, 9 de noviembre de 2017

El lugar de Jesucristo


              La santidad que ha de tener el ministro de Dios en el altar, la expone así la Imitación: “El sacerdote revestido de los sagrados ornamentos ocupa el lugar de Jesucristo para ofrecer a Dios humildes preces por sí mismo y por todo el pueblo. Por delante y por detrás lleva la señal de la cruz del Salvador, por tener siempre presente la memoria de su Pasión… Lleva la cruz a la espalda, para aprender a sufrir con mansedumbre por amor de Dios el mal que los hombres pudieran ocasionarle. Y la lleva por delante, para llorar los propios pecados; detrás, para llorar los ajenos, acordándose de que es mediador entre Dios y el pecador… Cuando el sacerdote dice Misa, honra a Dios, alegra a los ángeles, edifica a la Iglesia, procura socorro a los vivos, reposo a los difuntos y hácese participante de todos los bienes.”

(Garrigou-Lagrange, Las tres edades de la vida interior)

miércoles, 8 de noviembre de 2017

No pueden ganar almas para Dios (XLVIII)


- Padre mío, le preguntó un joven misionero, si Dios le diese a escoger entre subir al cielo enseguida o trabajar todavía como lo hace en la conversión de los pecadores, ¿qué haría usted?

- Me quedaría.

- ¡Pero en el cielo los santos son tan dichosos! ¡Allí no hay penas ni tentaciones!

- Sí, replicó; los santos son muy felices, pero no pueden como nosotros ganar almas para Dios con penas y sufrimientos…

- Si Dios le dejase aquí hasta el fin del mundo, tendría usted mucho tiempo: dígame, ¿también se levantaría a media noche?

- Ah, amigo mío, siempre me levantaría a media noche. No es el trabajo lo que me espanta: sería el más feliz de los sacerdotes, si no fuese por el pensamiento de que he de comparecer como párroco ante el tribunal de Dios.

Y dos gruesas lágrimas rodaron por sus mejillas.

(El Santo Cura de Ars, Arcaduz)

martes, 7 de noviembre de 2017

Los actos de pequeña virtud


Los pequeños actos de virtud que realizamos desde la mañana hasta la noche, son los que hacen nuestros méritos de cada día. Como una gota de agua ablanda, poco a poco, la piedra y la agujerea; como las gotas de agua, multiplicadas, fecundan la tierra sedienta, así nuestras buenas obras, repetidas, crean el buen hábito, la virtud adquirida, y la conservan y aumentan; y si proceden de una virtud infusa o sobrenatural, consiguen que esta virtud vaya en aumento.

En lo que al servicio de Dios atañe, las cosas que en sí parecen pequeñas son grandes por su relación con el fin último, Dios, a quien se debe amar sobre todas las cosas; también son grandes por el espíritu de fe, confianza y amor con que deberíamos realizarlas. Así guardaríamos desde la mañana hasta la noche la presencia de Dios, cosa infinitamente preciosa, y viviríamos de él, de su espíritu, en lugar de vivir del espíritu natural y el egoísmo. Poco a poco se acrecentaría en nosotros el celo de la gloria de Dios y de la salud de las almas; mientras que, si descuidáramos aquellas cosas menudas, comenzaríamos a descender por la pendiente del naturalismo práctico, y a dejarnos dominar por el absurdo egoísmo que inspira muchos de nuestros actos.

(Las tres edades de la vida interior, Garrigou- Lagrange)


lunes, 6 de noviembre de 2017

Nada es más glorioso


"Estar firmemente persuadidos de que nada es más glorioso que dedicarse al servicio de Dios,     
nada es más glorioso que conducir al prójimo y a sí mismo a la salvación eterna".

(Papa Pío XI)


domingo, 5 de noviembre de 2017

Papa Francisco en Egipto (II)


En medio de tantos motivos para desanimarse, de numerosos profetas de destrucción y de condena, de tantas voces negativas y desesperadas, sed una fuerza positiva, sed la luz y la sal de esta sociedad, la locomotora que empuja el tren hacia adelante, llevándolo hacia la meta, sed sembradores de esperanza, constructores de puentes y artífices de diálogo y de concordia.

Todo esto será posible si la persona consagrada no cede a las tentaciones que encuentra cada día en su camino. Me gustaría destacar algunas significativas. Vosotros conocéis estas tentaciones, porque ya los primeros monjes de Egipto las describieron muy bien.

1- La tentación de dejarse arrastrar y no guiar. El Buen Pastor tiene el deber de guiar a su grey (cf. Jn 10,3-4), de conducirla hacia verdes prados y a las fuentes de agua (cf. Sal 23). No puede dejarse arrastrar por la desilusión y el pesimismo: «Pero, ¿qué puedo hacer yo?». Está siempre lleno de iniciativas y creatividad, como una fuente que sigue brotando incluso cuando está seca. Sabe dar siempre una caricia de consuelo, aun cuando su corazón está roto. Saber ser padre cuando los hijos lo tratan con gratitud, pero sobre todo cuando no son agradecidos (cf. Lc 15,11-32). Nuestra fidelidad al Señor no puede depender nunca de la gratitud humana: «Tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará» (Mt 6,4.6.18).

2- La tentación de quejarse continuamente. Es fácil culpar siempre a los demás: por las carencias de los superiores, las condiciones eclesiásticas o sociales, por las pocas posibilidades. Sin embargo, el consagrado es aquel que con la unción del Espíritu Santo transforma cada obstáculo en una oportunidad, y no cada dificultad en una excusa. Quien anda siempre quejándose en realidad no quiere trabajar. Por eso el Señor, dirigiéndose a los pastores, dice: «fortaleced las manos débiles, robusteced las rodillas vacilantes» (Hb 12,12; cf. Is 35,3).

(Encuentro del Papa Francisco en Egipto con el clero, los religiosos, religiosas y seminaristas, 
Abril 2017)

sábado, 4 de noviembre de 2017

Pureza inmaculada, contra el espíritu de posesión. P. Mendizábal (XXIX)


María tiene una pureza inmaculada, y eso no es solo en el sentido carnal, sino también en el de libertad del corazón, libertad del egoísmo. Es pura, transparente, libre de todos esos condicionamientos. 

El espíritu de posesión amenaza continuamente el sentimiento de maternidad y de amor humano que se deforma, que se vuelve egoísta. En María no hay nada de eso, María está unidísima a Jesús. Desde el principio sabe que Jesús no es para Ella, es para la Redención del mundo. Ella ha dado el sí, cierto, pero en el que no están incluidos ni esclarecidos todos los aspectos de lo que será su trayectoria.

(Con María, P. Mendizábal)

viernes, 3 de noviembre de 2017

Los pecadores acabarán por matar a este pobre pecador. Santo Cura de Ars (XLVII)


Había pasado ya el tiempo en que decía: “Tengo un buen cadáver: cuando he tomado un poco de alimento y he dormido un par de horas, puedo comenzar de nuevo mi trabajo”. Ahora, cuando se sentía agotado, limitábase a decir: “Ya descansaremos en la otra vida”.

“Tenía muchas ganas de dormir –decía en una ocasión- pero no he dudado en levantarme: ¡es tan importante la salvación de las almas!” Y muerto de cansancio, entraba en el confesionario a la hora de costumbre.

Un día se cayó cuatro veces al dirigirse a la iglesia, y las cuatro se levantó con gran trabajo… Al hacerle notar que parecía estar fatigado, contestó sonriendo: “¡Oh! Los pecadores acabarán por matar a este pobre pecador!”

(El Santo Cura de Ars, Arcaduz)

jueves, 2 de noviembre de 2017

¡Nada de contemporizaciones!


Pedro contempló con mirada irónica a su amigo:

- ¿Pensáis hacer que el mundo se tambalee, Esteban? ¿Cuál será el próximo paso?

- Si interpreto debidamente la Regla de San Benito, debo reconocer su deseo de que los monjes fuesen cenobitas, al mismo tiempo que sus monasterios estuvieran solitarios.

- Os referís a algo que no logro adivinar.

- No es difícil. San Benito dice expresamente que un monasterio debe contener en su interior agua, un molino, un horno, un jardín y varios talleres, para evitar que los monjes necesiten salir fuera de su recinto. Yo le oigo exclamar: “Monjes, ¡no salgáis!...” Le oigo ordenar, aún de modo más imperioso: “Mundo, ¡no entres!” En otras palabras, Pedro: la tercera estrella en el firmamento cisterciense es la soledad. Ahora ya tenéis completo el triángulo ideal de Citeaux: sencillez, pobreza y soledad.

- ¡Oh, Esteban, estáis loco! ¿Qué os proponéis haciendo semejante cosa?

- Sin soledad no existe verdadero recogimiento; sin verdadero recogimiento no hay verdadera oración; sin verdadera oración los monjes no somos más que cáscaras de huevo vacías.

- Si el duque y los nobles no vienen más que los días de gran fiesta, estoy seguro de que su presencia no dañará lo más mínimo a vuestra comunidad.

- ¡Si hubierais conocido a Alberico no hablaríais de ese modo, Pedro! Él no tenía más que este lema: ¡nada de contemporizaciones! 

(Tres monjes rebeldes, P. Raymond)

miércoles, 1 de noviembre de 2017

El triunfo será de todos. P. Segundo Llorente (XXXII)


Patriarcas, profetas, apóstoles, mártires, confesores y vírgenes flanqueados por legiones de ángeles desfilarán triunfantes embriagados de paz y de dulzura. Esos son los que se salvaron.

Se salvaron por la gracia divina, y esta viene solo de Dios, pero Dios se valió ordinariamente de medios humanos. Nos ayudamos mutuamente a salvarnos, como nos ayudamos a condenarnos.


Por fin terminará el desfile. Todo será gozo. Triunfamos. ¿Quién triunfó? Todos triunfamos. Todos juntos. Mientras unos combatían en las trincheras, otros fabricaban municiones, otros hacían uniformes, remendaban zapatos de campaña y recogían las cosechas de los campos.

Sin estos de la retaguardia, no podría dar un paso la vanguardia. En las conquistas espirituales del reino de Cristo los fusiles son las oraciones y las balas son los sacrificios. El soldado misionero tiene que disparar sin cesar, y si no le proveen de municiones, él solo bien pocas puede fabricar. 

(P. Segundo Llorente, 40 años en el Círculo Polar)