martes, 14 de noviembre de 2017

¡Cuántas almas llegarían a la santidad si fuesen bien dirigidas!


Comprendí cuan inmensa desgracia es no formar bien a las almas desde el primer despertar de su razón, cuando se asemejan a la cera blanda sobre la que se pueden imprimir tanto las huellas de la virtud como las del pecado.

¡Cuántas almas llegarían a la santidad si fuesen bien dirigidas!

Sé muy bien que Dios no necesita de nadie para realizar su obra. Pero así como permite a un hábil jardinero cultivar plantas raras y delicadas y le dota para ello de la ciencia necesaria, reservándose para sí el cuidado de fecundarlas, del mismo modo desea Jesús ser ayudado en su divino cultivo de las almas.


¿Qué sucedería, si un jardinero inhábil no injertase bien sus árboles? ¿Si no supiese conocer la naturaleza de cada uno y se empeñase en sacar rosas de un melocotonero? Haría morir al árbol, el cual, por otra parte, era bueno y capaz de producir frutos.

Así es como hay que saber reconocer lo que pide Dios a las almas desde la niñez, y secundar la acción de su gracia, sin precipitarla ni retrasarla nunca.

(Historia de un alma. Relato autobiográfico de Santa Teresita del Niño Jesús)

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