Para
nosotros, sacerdotes y personas consagradas, la conversión a la novedad del
Evangelio implica un encuentro diario con el Señor en la oración. Los santos
nos enseñan que ésta es la fuente de todo celo apostólico. Para los religiosos,
vivir la novedad del Evangelio significa también encontrar una y otra vez en la
vida comunitaria y en los apostolados de la comunidad el incentivo de una unión
cada vez más estrecha con el Señor en la caridad perfecta. Para todos nosotros,
significa vivir de modo que se refleje en nuestras vidas la pobreza de Cristo,
cuya existencia entera se centró en hacer la voluntad del Padre y en servir a
los demás. Naturalmente, el gran peligro es el materialismo que puede
deslizarse en nuestras vidas y comprometer el testimonio que ofrecemos. Sólo si
somos pobres, sólo si somos pobres nosotros mismos, y eliminamos nuestra complacencia,
seremos capaces de identificarnos con los últimos de nuestros hermanos y
hermanas. Veremos las cosas desde una perspectiva nueva, y así responderemos
con honestidad e integridad al desafío de anunciar la radicalidad del Evangelio
en una sociedad acostumbrada a la exclusión social, a la polarización y a la
desigualdad escandalosa.
(Papa
Francisco en Sri Lanka, Enero 2015)
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