Desde mi toma de hábito había yo recibido abundantes luces
sobre la perfección religiosa, principalmente sobre el voto de pobreza. Durante
mi postulantado me gustaba tener a mi servicio cosas bonitas y encontrar a mano
cuanto necesitaba. “Mi Director” soportaba aquello pacientemente, pues no le
gusta dirigir a las almas enseñándoles todo a la vez, sino que suele ir
concediendo poco a poco sus luces.
Una noche, después de completas, busqué en vano nuestra
pequeña lámpara en los anaqueles destinados a este uso. Estábamos en silencio
riguroso; era, pues, imposible reclamarla… Comprendí que alguna hermana,
creyendo coger su lámpara, había cogido la nuestra. A pesar de la gran falta
que me hacía, en vez de pasar pena por verme privada de ella, me alegré mucho,
pensando que la pobreza consiste no sólo en verse privada de las cosas
agradables, sino también de las indispensables. Así fue cómo en medio de las
tinieblas exteriores fui iluminada interiormente.
Me entró, por entonces, una verdadera afición a los objetos
más feos y menos cómodos. Por eso fue grande la alegría que experimenté cuando
me quitaron de la celda el gracioso cantarillo que yo usaba, y en su lugar me
dieron un cántaro grande, todo desportillado…
(Historia de un alma. Relato autobiográfico de Santa Teresita
del Niño Jesús).
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