“No tenía apariencia ni presencia: le vimos y
no tenía aspecto que pudiésemos estimar. Despreciable y desecho de hombres,
varón de dolores y sabedor de dolencias, como uno ante quien se oculta el
rostro, despreciable y no le tuvimos en cuenta”. (Is 53,2-3)
Una mujer
valiente, sin dejarse llevar por los respetos humanos, sale de entre la
multitud para enjugar el rostro ensangrentado de Jesús. En esa mujer vemos la
virtud de la piedad y de la delicadeza que los sacerdotes y las almas
consagradas han de tener hacia el Señor y hacia sus cosas. ¡Almas piadosas y
delicadas! Pedimos por los sacerdotes y consagrados que se esmeran en todo lo
relativo a la celebración del oficio y de los sacramentos, especialmente de la
Eucaristía, para dar culto a Dios de la mejor manera posible para que no
se desanimen aunque su esfuerzo no sea valorado o incluso a veces sea
ridiculizado o criticado.
Y al
contemplar esta estación, reparamos al Señor por aquellos sacerdotes y
consagrados que creen que pueden manipular la liturgia a su gusto y antojo;
reparamos también por aquellos que no respetan las normas litúrgicas y
celebrativas. Queremos también reparar por aquellos que consienten y callan
ante los sacrilegios, profanaciones y blasfemias contra el Señor.
(Sacerdotes de la Iglesia del Salvador, Toledo)
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