“En verdad, en verdad os digo que, si el grano de trigo no cae en la tierra
y muere, quedará sólo; pero si muere, dará mucho fruto”. (Jn. 12,24)
Estremece
contemplar a todo un Dios totalmente agotado y extenuado a ras de suelo por el
peso de la cruz. Solo hay una explicación: Amor. La vocación del sacerdote y
del consagrado es cuestión de amor, un amor que se realiza en la fidelidad y
entrega diaria a Aquel a quién se ama. Amor que solo busca el bien del Amado.
¡Sacerdotes y consagrados enamorados del Señor! Pedimos para que nunca su amor
se apague, que cada día crezca y aumente más, que aquellos que se han enfriado
vuelvan al amor primero que los cautivó. Recordando siempre que “el amor
consiste no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que Él nos amó a
nosotros y envió a su Hijo como propiciación por nuestros pecados.”
Y
contemplando el amor del Señor manifestado en su Pasión, reparemos por aquellos
sacerdotes y consagrados que ya no aman, que se han olvidado del sentido de sus
vidas, que se conforman con la mediocridad de un vida sin amor. Reparemos
también por aquellos que no aspiran a la santidad, que viven abandonados en el
pecado, que no frecuentan la confesión.
(Sacerdotes de la Iglesia del Salvador, Toledo)
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