La
víspera de mi entrada, toda la familia se hallaba reunida en torno a la mesa, a
la que yo me sentaba por última vez. ¡Qué desgarradoras son estas reuniones
íntimas! Cuando una quisiera pasar inadvertida, es cuando se le prodigan las
caricias y las palabras más tiernas, haciendo así más sensible el sacrificio de
la separación.
En la mañana del gran día, después de
haber echado una última mirada a los Buissonnets, nido gracioso de mi infancia
que nunca más volvería a ver, partí del brazo de mi rey querido para subir a la
montaña del Carmelo.
Yo fui la única que no lloró, pero
sentí palpitarme el corazón con tan violencia, que em pareció imposible dar un
paso cuando fueron a indicarnos que nos acercáramos a la puerta conventual. Sin
embargo, me dirigí hacia ella, preguntándome a mi misma si no iría a morir a
causa de los fuertes latidos de mi corazón… ¡Ah, qué momento aquel! Es
necesario haberlo vivido para comprenderlo.
(Historia de un alma. Relato autobiográfico de Santa Teresita
del Niño Jesús).
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