“Os diré con palabras de San
Pablo, que a continuamente estoy dando gracias a Dios por vosotros, por la
gracia de Dios que se os ha dado en Jesucristo: porque en El habéis sido
enriquecidos con toda suerte de bienes . . ., habiéndose verificado así en vosotros
el testimonio de Cristo” (1 Cor. 4,
6). El Papa agradece también la oportunidad de este encuentro que Santa
Teresa de Jesús me ha facilitado, porque ella ha sido la ocasión que tanto
esperaba para poder hablaros al corazón.
Sois una gran riqueza de
espiritualidad y de iniciativas apostólicas en el seno de la Iglesia. De vosotros depende en buena parte la suerte
de la Iglesia.
Esto os impone una grave
responsabilidad y exige una profunda conciencia de la grandeza de la vocación
recibida y de la necesidad de adecuarse cada vez más a ella. Se trata, en
efecto, de seguir a Cristo y, respondiendo afirmativamente a la llamada
recibida, servir gozosamente a la Iglesia en santidad de vida.
2. Vuestra vocación es
iniciativa divina; un don hecho a vosotros y, al mismo tiempo, un regalo para
la Iglesia. Confiados en la fidelidad del que os llamó y en la fuerza del
Espíritu, os habéis puesto a disposición de Dios con los votos de pobreza,
castidad consagrada y obediencia; y esto, no por un tiempo, sino para toda la
vida, con un “compromiso irrevocable”. Habéis pronunciado en la fe un sí para
todo y para siempre. Así, en una sociedad en la que con frecuencia falta la
valentía para aceptar compromisos, y en la que muchos prefieren vanamente una
vida sin vínculos, dais el testimonio de vivir con compromisos definitivos, en
una decisión por Dios que abarca toda la existencia.
Vosotros sabéis amar. La
calidad de una persona se puede medir por la categoría de sus vínculos. Por eso
cabe decir gozosamente que vuestra libertad se
ha vinculado libremente a Dios con un voluntario servicio, en amorosa
servidumbre. Y, al hacerlo, vuestra humanidad ha alcanzado madurez. “Humanidad
madura —escribí en la Encíclica “Redemptor Hominis”—,
significa pleno uso del don de la libertad, que hemos obtenido del Creador, en
el momento en el que El ha llamado a la existencia al hombre hecho a su imagen
y semejanza. Este don encuentra su plena realización en la donación sin reservas
de toda la persona humana concreta, en espíritu de amor nupcial a Cristo y, a
través de Cristo, a todos aquellos a los que El envía, hombres o mujeres, que
se han consagrado totalmente a El según los consejos evangélicos. He aquí el
ideal de la vida religiosa, aceptado por las órdenes y congregaciones, tanto
antiguas como recientes, y por los institutos seculares”
(Encuentro del Papa S Juan Pablo II con los
Religiosos y los Miembros de Institutos seculares masculinos, Madrid 2 de
noviembre de 1982).
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