lunes, 23 de marzo de 2015

Envolviendo pastillas de chocolate


“Ayer, a la hora del trabajo, un cielo azul espléndido rodeaba el monasterio… Un día claro de invierno reinaba en estos campos de Castilla.

La obediencia me mandó a empaquetar chocolate a la fábrica.

Una pena muy grande tenía por dentro…; me agarré al crucifijo y me dispuse a cumplir la obediencia…, y Tú, Señor, me hiciste pensar: ¿Qué mejor flor que la penitencia?... Tenía gana de llorar, pero en comunidad no se puede…

Penitencia viniste a hacer, ¿de qué te quejas, hermano? ¡Si tú supieras que cada lágrima derramada por mi amor en la penitencia del claustro es un obsequio que hace cantar de alegría a los ángeles del Cielo!

Ánimo, Rafael, parece que Dios me decía…., todo pasa… Y, bendito Jesús, la pena se me quitaba, ya no importaba la belleza del día ni de la nada de la tierra; yo sabía que Dios me ayudaba y que Dios me bendecía, y en mi torpe trabajo para empaquetar chocolate a nadie de la tierra ni del Cielo envidiaba, pues pensaba que si los santos del Cielo pudieran bajar un momento a la tierra, sería para desde aquí aumentar la gloria de Dios, aunque no fuera más que con un Avemaría, de rodillas, en silencio…, o quién sabe…., envolviendo pastillas de chocolate.”

(Saber Esperar, S. Rafael Arnaiz.)


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