“Ayer, a
la hora del trabajo, un cielo azul espléndido rodeaba el monasterio… Un día
claro de invierno reinaba en estos campos de Castilla.
La obediencia
me mandó a empaquetar chocolate a la fábrica.
Una pena
muy grande tenía por dentro…; me agarré al crucifijo y me dispuse a cumplir la
obediencia…, y Tú, Señor, me hiciste pensar: ¿Qué mejor flor que la
penitencia?... Tenía gana de llorar, pero en comunidad no se puede…
Penitencia
viniste a hacer, ¿de qué te quejas, hermano? ¡Si tú supieras que cada lágrima
derramada por mi amor en la penitencia del claustro es un obsequio que hace
cantar de alegría a los ángeles del Cielo!
Ánimo,
Rafael, parece que Dios me decía…., todo pasa… Y, bendito Jesús, la pena se me
quitaba, ya no importaba la belleza del día ni de la nada de la tierra; yo
sabía que Dios me ayudaba y que Dios me bendecía, y en mi torpe trabajo para
empaquetar chocolate a nadie de la tierra ni del Cielo envidiaba, pues pensaba
que si los santos del Cielo pudieran bajar un momento a la tierra, sería para
desde aquí aumentar la gloria de Dios, aunque no fuera más que con un Avemaría,
de rodillas, en silencio…, o quién sabe…., envolviendo pastillas de chocolate.”
(Saber Esperar, S. Rafael Arnaiz.)
No hay comentarios:
Publicar un comentario