Comenzó la audiencia. León XIII estaba sentado en un gran
sillón. Íbamos desfilando procesionalmente en su presencia.
Antes de entrar en el aposento pontificio yo estaba muy
decidida a hablar; pero mi valor se debilitó cuando nos dijeron que se prohibía
hablar a León XIII, porque la audiencia se estaba prolongando demasiado.
Yo me volví hacia Celina para conocer su opinión: “¡Habla!”,
me dijo ella. Un instante después me hallaba a los pies del Santo Padre. Tras
de haber yo besado su sandalia, él me presentó su mano; pero en lugar de
besarla, junté las mías, y levantando hasta los suyos mis ojos bañados en
lágrimas, exclamé:
--¡Santísimo Padre, tengo que pediros una gracia muy grande!...
Santísimo Padre, en honor de vuestro jubileo permitidme entrar en el Carmelo a
los quince años…
--Santísimo Padre -respondió el vicario general- se trata de
una niña que desea entrar en el Carmelo a los quince años; pero los superiores
se están ocupando al presente del asunto.
--Pues bien, hija mía - respondió el Santo Padre mirándome
bondadosamente – haced lo que decidan vuestros superiores.
--¡Oh, Santísimo Padre, si vos dijeseis que sí, todo el mundo
estaría conforme…!
--¡Vamos!... ¡Vamos!... ¡Entraréis, si Dios lo quiere!...
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