Nosotros, por lo tanto,
debemos padecer, y mucho: aún más, es necesario que estemos crucificados con
Jesús. La cruz es su bandera, su estandarte; quien no la quiere seguir no es
digno discípulo suyo. Pero dirá alguno: el frío en estos lugares, en esta
estación: la comida y aquella bebida, tan escasa y tan poco agradable al gusto;
aquel cargo que me han puesto, aquel trabajo diario sin descanso. Hay otros que
tienen menos que hacer que yo. Y si sale algún trabajo nuevo, ¡encima me lo
cargan a mí!, todo esto acaba por cansar”.
¡Eh!, pobrecillo, te compadezco:
¿pero qué quieres hacer tú en este mundo, si un poco de calor o de frío es
bastante para hacerte perder la paz? ¿Cómo serás tú seguidor de Cristo
crucificado, si te quejas y acongojas porque la comida no es de tu gusto o si
la ocupación que te han dado te parece algo gravosa?
¡Oh!, meditemos
frecuentemente en Jesucristo crucificado, reflexionemos cuando nos vengan estos
pensamiento en los grandes sufrimientos que padeció Jesucristo por nosotros, y
entonces no encontraremos ya gravosa aquella obediencia viendo a Jesús
obediente usque ad mortem; no nos desagrada ya la pobreza observando que Jesús
por amor de ella murió pobrísimo en la cruz, sin tener siquiera con qué
cubrirse.
No hay comentarios:
Publicar un comentario