- Señor: yo he
sido educado por los monjes, de quienes he aprendido algo más... De ellos
aprendí esa otra forma de hidalguía. Fue mucho, señor, lo que vos disteis a los
pobres y a los hambrientos y me siento
orgulloso de la sangre que llevo en mis venas. Pero -añadió con vehemencia-
¡los monjes dieron más que vos, señor! Durante los tres años últimos las
puertas de San Pedro de la Celle estuvieron abarrotadas de pobres. Ni uno solo
se separó de ellas con las manos vacías. Para que esto sucediera, los monjes se
morían de hambre! ¿Me oís, señor? ¡Se morían de hambre y se necesidad!
Teodorico
estaba atónito. Nunca hasta aquel momento había oído hablar de aquella
manera a su hijo:
-
Viendo aquello entonces ¡comprendí que existe una caballerosidad más grande que
la caballería misma!
El
tono de Roberto se hizo más profundo.
-
Desde entonces, señor, he orado mucho y he consultado a mis maestros. Los
monjes están dispuestos a recibirme. Mi madre consiente en que me vaya.
Confieso mi cobardía al no habéroslo dicho antes, padre mío, pero ahora os
suplico vuestro perdón, vuestra bendición y vuestro consentimiento.
(Tres
monjes rebeldes, P. Raymond).
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