miércoles, 14 de octubre de 2015

Matrimonio de amor. Santa Teresa de Jesús (XIII)

De aquel matrimonio de conveniencia, Teresa había decidido hacer un matrimonio de amor. Si en aquella fría madrugada, cuando se dirigía al convento, hubiera presentido que pasaría veinte años desgarrada entre el mundo y Dios, tampoco hubiese retrocedido; había hecho suya la divisa de Ávila “antes quebrar que doblar”.

No ignoraba que, ante todo, tendría que luchar consigo misma. Parecía menos dotada para la santidad que para el éxito mundano y se encontraba llena de defectos y contradicciones. Con todo, llegó a ser santa con su esfuerzo y con la gracia de Dios; un proceso de lenta y trabajosa transformación que hizo de su existencia un testimonio ejemplar.

Cuando la puerta de la clausura se abrió con chirrido de cerraduras y cerrojos y se cerró tras ella, persuadida de que todo es nada, admitió resueltamente que Dios lo es todo.

“Mudó Dios la sequedad que tenía mi alma en grandísima ternura. Dábanme deleite todas las cosas de la religión, y es verdad que andaba algunas veces barriendo en horas que yo solía ocupar en mi regalo y gala, y acordándoseme que estaba libre de aquello me daba un nuevo gozo, que yo me espantaba y no podía entender por donde venía”.

No se daba cuenta del alivio que proporciona una decisión llevada a cabo irrevocablemente.


 (La Vida de Santa Teresa de Jesús, Arcaduz).

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