La tentación se disfrazaba a veces con apariencia de bien.
S. Jerónimo respondía a muchas tentaciones en su tremenda
“Epístola a Heliodoro”: “Vendrá tu hermana viuda y te abrirá los brazos; llegarán
tus criados, la nodriza que te amamantó y su marido que son para ti como
segundos padres, saliéndote al paso diciendo: “Señor, ¿a quién vas a encomendar
nuestra vejez y quién nos asistirá en la muerte? ¿Quién nos enterrará?” Sobre todo
tu madre, venerable y anciana, con la frente surcada de arrugas, los pechos
lacios y débiles, también te estorbará el paso y te recordará toda la vida,
desde el día que te trajo al mundo hasta ahora…”
Así evocaría Don Alonso la infancia de Teresa y así
consternaría su partida a familiares y criados… Ella seguía leyendo: “Toda la
casa descansa en ti y está para caer…” Era verdad: la casa entera de su padre
descansaba en ella. Volvía la página: “¿Qué haces bajo el techo paterno,
soldado cobarde? Aunque tu madre, con la cabellera suelta y el vestido a
jirones, y aunque tu madre, con la cabellera suelta y el vestido a jirones, y
aunque tu mismo padre se tumbe en el umbral, pisa sobre su cuerpo… Aquí la
piedad de un hijo consiste en no tener piedad.”
(La Vida de Santa Teresa de Jesús, Arcaduz).
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