miércoles, 28 de octubre de 2015

El Cristo muy llagado. Santa Teresa de Jesús (XVII)

       Un día del año 1533, al pasar por el oratorio, Teresa vio el busto de un Ecce Homo que acababan de dejar allí. “Era una imagen de Cristo muy llagado, y tan devota que, en mirándola, toda me turbó de verle tal, porque representaba bien lo que pasó por nosotros. Fue tanto lo que sentí de lo mal que había agradecido aquellas llagas, que el corazón me parece se me partía, y arrojéme cabe él con grandísimo derramamiento de lágrimas, suplicándole me fortaleciese ya de una vez para no ofenderle”.

         Aquel Ecce Homo lleno de sangre y heridas, le reveló su pequeñez. Sólo Dios podía ayudarle; de allí no se movería hasta recibir una respuesta. Jesús, después de haber dado tantos aldabonazos en vano, penetró aquel “recio corazón”. Teresa va a descubrir que su amor “es sobre todos los gozos de la tierra y sobre todos los deleites y sobre todos los contentos”.


(La Vida de Santa Teresa de Jesús, Arcaduz).

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