El
cardenal de Turín, Ballestrero, decía: “Sólo ama así a Dios, el que es amado
así por Dios”. Ahí está la clave: la virginidad es una forma de amor. Lo
podríamos expresar de esta manera: Dios, de tal manera envuelve el corazón
humano en algunas ocasiones, que le hace entender en su mismo amor, que le
quiere sólo para Él y le urge a que ponga lo indivisible del corazón en solo
Dios. Cuando se da este amor, cuando Dios ama así al hombre, en ese amor con
que ama al hombre hay una llamada a la virginidad. Por eso, la virginidad no es
un sacrificio, es un amor que lleva consigo un sacrificio. Pero, así como en el
orden del amor humano el matrimonio no es una renuncia aunque lleve consigo la
renuncia a otros afectos, sino es un amor que se establece y que lleva consigo
el corazón entero y en consecuencia, el renunciar a otros afectos que han
brotado o pueden brotar; de una manera parecida, hay una forma de amar de Dios
que no es el simple amor de caridad sino, Dios ama de tal manera que suscita en
el corazón esa entrega indivisible a Él,
entrega de lo indivisible del corazón. Es el caso de la Virgen.
(Con María, P. Mendizábal).
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