No me contentaba con rogar mucho por la hermana que era para
mi motivo de tantas luchas interiores, sino que procuraba también prestarle
todos los servicios posibles; y cuando sentía la tentación de contestarle de
manera desagradable, me limitaba a dirigirle la más encantadora de mis
sonrisas, procurando cambiar de conversación.
Muchas veces también, cuando en las recreaciones de oficio que
tenía que mantener con esta hermana los combates eran demasiado violentos, yo
huía como un desertor.
Ella, ignorando en absoluto mis sentimientos hacia su persona,
nunca ha llegado a sospechar los motivos de mi conducta, y ésta es la hora en
que está persuadida de que su carácter me resulta agradable.
Un día, en la recreación me dijo, toda contenta: “¿Quisierais
decirme, sor Teresa del Niño Jesús, qué es lo que tanto os atrae en mi?” Cada
vez que me miráis, veo que sonreís.” ¡Ah! El que me atraía era Jesús, escondido
en el fondo de su alma…Jesús, que hace dulce lo que hay de más amargo… Le
contesté que sonreía porque me alegraba de verla (sin añadir, bien entendido,
que era bajo un punto de vista espiritual).
(Santa Teresita del Niño Jesús. Manuscrito dirigido a la Madre
María Gonzaga).
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