jueves, 28 de mayo de 2015

Institutos Seculares VIII

Me complazco en constatar el buen trabajo realizado, y exhorto a todos los miembros, sacerdotes y laicos, a perseverar en el esfuerzo por comprender cada vez mejor las realidades y valores temporales en relación con la evangelización en sí; el sacerdote, para estar cada vez más atento a la situación de los laicos y poder aportar al presbiterio diocesano no sólo una experiencia de vida según los consejos evangélicos y con ayuda comunitaria, sino también una sensibilidad justa de la relación de la Iglesia con el mundo; el laico, para asumir el papel particular que corresponde a quien está consagrado al servicio de la evangelización en la vida seglar.

Que a los laicos toca una obligación específica en este campo, he tenido ocasión de subrayarlo en distintos momentos, en correspondencia exacta con las indicaciones dadas por el Concilio. «Como pueblo santo de Dios -dije por ejemplo en Limerick en mi peregrinación a Irlanda-, estáis llamados a desempeñar vuestro papel en la evangelización del mundo. Sí, los laicos son llamados a ser también "sal de la tierra" y "luz del mundo". Su específica vocación y misión consisten en manifestar el Evangelio en su vida y, por tanto, en introducir el Evangelio como una levadura en la realidad del mundo en que viven y trabajan. Las grandes fuerzas que configuran el mundo (política, mass-media, ciencia, tecnología, cultura, educación, industria, trabajo) constituyen precisamente las áreas en las que los seglares son especialmente competentes para ejercer su misión. Si estas fuerzas están conducidas por personas que son verdaderos discípulos de Cristo y, al mismo tiempo, plenamente competentes en el conocimiento y la ciencia seculares, entonces el mundo será ciertamente transformado desde dentro mediante el poder redentor de Cristo» (Homilía pronunciada en Limerick el 1 de octubre de 1979; L´Osservatore Romano, 14 de octubre de 1979, p. 6).


(Al II Congreso Mundial de II.SS. S.S. Juan Pablo II 28 de Agosto de 1980).

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