viernes, 29 de mayo de 2015

En el lavadero. Santa Teresita del Niño Jesús (XXXIV).

En otra ocasión, estaba en el lavadero, enfrente de una hermana que me salpicaba de agua sucia la cara cada vez que golpeaba los pañuelos contra su banca.

Mi primer impulso fue echarme para atrás y enjugarme el rostro, a fin de hacer ver a la hermana que me asperjaba que me haría un gran favor obrando con más suavidad. Pero en seguida pensé que era bien tonta al rehusar unos tesoros que tan generosamente se me daban, y me guardé de manifestar mi lucha interior.

Me esforcé por sentir el deseo de recibir en la cara mucha agua sucia, de suerte que acabó por gustarme aquel nuevo género de aspersión, y me prometí a mí misma volver otra vez a aquel sitio afortunado en el que tantos tesoros se recibían.

Ya veis, Madre amantísima, que soy un alma muy pequeña que sólo puede ofrecer a Dios cosas muy pequeñas. Y aún me sucede muchas veces dejar escapar algunos de estos pequeños sacrificios, que tanta paz llevan al alma. Pero no me desanimo por eso; me resigno a tener un poco menos de paz y procuro estar más alerta en otra ocasión.


(Santa Teresita del Niño Jesús. Manuscrito dirigido a la Madre María Gonzaga).


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