sábado, 16 de mayo de 2015

P. Mendizábal (VI).

En aquella consagración a Jesucristo pidió la virgen que su función se perpetuase en el mundo.

Esa función se perpetúa en el sacerdocio y en la vida virginal: personas dedicadas exclusivamente al cuidado de Jesucristo,  exclusivamente a acoger la palabra de Dios y a hacer que se encarne en ellas mismas, a fomentar la palabra de Dios y a darla a los hombres.

María es así Madre de vírgenes y regeneradora de vírgenes.

Madre de vírgenes, por su oración, Madre de vírgenes por la inspiración de su amor. Tiene cuidado de que existan corazones virginales.

Y es también regeneradora de vírgenes. Cuando algún corazón, por desgracia suya y quizás por negligencia y aún por mala intervención nuestra, ha perdido esa virginidad, la Virgen todavía regenera vírgenes.

Tenemos un ejemplo bien hermoso en S. Ignacio de Loyola. S. Ignacio, hombre dado a las vanidades de este mundo en una vida de soldado desagarrada y vana. En Loyola tiene aquella visita de la Virgen, de la cual él  decía que no se atrevía a decir que había sido verdadera visión de la Virgen, aunque por los efectos le parecía que sí. Y en aquella intervención de la Virgen, sea por visión real o no, al fin y al cabo una gracia de la Señora, siente S. Ignacio que le quitan de la mente las reliquias de todos los pecados de impureza y se queda con un alma pura, tersa. La obra de la Virgen, regeneradora de la pureza.


(En el Corazón de Cristo, P. Mendizábal).


No hay comentarios:

Publicar un comentario