jueves, 7 de mayo de 2015

Institutos Seculares (VII)

"Antes de concluir, quisiera subrayar todavía un punto fundamental: esto es, que la realidad última, la plenitud, está en la caridad. «El que vive en el amor, permanece en Dios, y Dios en Él» (1 Jn 4, 16). También la finalidad última de toda vocación cristiana es la caridad; en los Institutos de vida consagrada, la profesión de los consejos evangélicos viene a ser su camino maestro, que lleva a Dios amado sobre todas las cosas y a los hermanos, llamados todos a la filiación divina.



    Ahora bien, dentro de la misión formadora, la caridad encuentra expresión y apoyo y madurez en la comunión fraterna, para convertirse en testimonio y acción.

    A vuestros Institutos, a causa de las exigencias de inserción en el mundo, postuladas por vuestra vocación, la Iglesia no les exige la vida común que, en cambio, es propia de Institutos Religiosos. Sin embargo, pide, una «comunión fraterna, enraizada y fundamentada en la caridad», que haga de todos los miembros como «una familia peculiar» (canon 602); pide que los miembros de un mismo Instituto Secular «vivan en comunión entre sí tutelando con solicitud la unidad de espíritu y la fraternidad genuína» (canon 716, 2).

    Si las personas respiran esta atmósfera espiritual, que presupone la más amplia comunión eclesial, la tarea formativa en su integridad no fallará en su finalidad.
    Para concluir, nuestra mirada retorna a Jesús.

    Toda formación cristiana se abre a la plenitud de la vida de los hijos de Dios, de manera que el sujeto de nuestra actividad, es en el fondo, Jesús mismo: «ya no vivo yo, es Cristo quien vive en mí» (Gal 2, 20). Pero esto sólo es verdad si cada uno de nosotros puede decir: «estoy crucificado con Cristo», ese Cristo «que se entregó por mí» (ib.).
    Es la ley sublime del seguimiento de Cristo: abrazar la cruz. El camino formativo no puede prescindir de ella.

    Que la Virgen Madre os sirva de ejemplo también a este propósito. Ella que -como recuerda el Concilio Vaticano II- «mientras vivió en este mundo una vida igual a los demás, llena de preocupaciones familiares y de trabajo» (Apostolicam actuositatem, 4), «avanzó en la peregrinación de la fe, y mantuvo fielmente su unión con el Hijo hasta la cruz» (Lumen gentium, 58)."  


(Al III Congreso Mundial de II.SS.. S.S. Juan Pablo II, 28 de agosto de 1984).

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