sábado, 23 de mayo de 2015

A las 4 de la tarde

Muchas veces, Señor, a la hora décima
-sobremesa en sosiego-,
recuerdo que, a esa hora, a Juan y a Andrés
les saliste al encuentro.
Ansiosos caminaron tras de ti...
«¿Qué buscáis...?» Les miraste. Hubo silencio.

El cielo de las cuatro de la tarde
halló en las aguas del Jordán su espejo,
y el río se hizo más azul de pronto,
¡el río se hizo cielo!
«Rabbí -hablaron los dos-, ¿en dónde moras?»
«Venid, y lo veréis». Fueron, y vieron...

«Señor, ¿en dónde vives?
«Ven, y verás». Y yo te sigo y siento
que estás... ¡en todas partes!,
¡Y que es tan fácil ser tu compañero!

Al sol de la hora décima, lo mismo,
que a Juan y a Andrés
-es Juan quien da fe de ello-,
lo mismo, cada vez que yo te busque,
Señor, ¡sal a mi encuentro!

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