jueves, 17 de septiembre de 2015

¡Yo conozco una caballerosidad más noble! (I) Tres monjes rebeldes (I)

¡Qué tonto que soy!- se dijo el joven Roberto-. Siempre se me escapan los pensamientos más íntimos, tanto en la escuela como en el juego, y ahora delante de mi padre. ¿Cuándo aprenderé a callarme?

Al abrir la pesadísima puerta de roble macizo, la voz sonora y tonante del Teodorico, el señor del castillo, penetró en la estancia. Roberto se movió intranquilo. Aquel gigante que era su padre le atemorizaba. Sabía que su comentario no le habría sido grato y tendrían que dar cuenta de él antes de terminar la noche. Durante un buen rato permaneció apretando su frente contra la ventana. De pronto se enderezó y se dijo:

- ¡Bueno! Mantendré lo dicho. Alguna vez tendría que salir a la luz la verdad. Lo mismo da esta noche que otro día…

Apenas terminó esta frase cuando Teodorico, su padre,  interrumpió en la sala, exclamando con su gran voz:

- Roberto, hijo mío, has hecho a tu primo una observación que no he comprendido. Quisiera comprenderla, hijo, y comprenderla del todo. ¿Qué has querido decir con eso de que nunca serás armado caballero?

Roberto se agarró nervioso a la mesa. De cualquier manera y de cualquier punto de vista que se le mirara, su padre era un hombre de extraordinaria corpulencia; pero visto en aquel momento su figura parecía mayor que nunca. Roberto sentía la garganta terriblemente seca. Sabía que toda la ilusión de su padre se cifraba en el día en que su único hijo fuese armado caballero; sabía que soñaba con el momento en que ambos pudieran dirigirse juntos a un torneo o a la guerra. Como no dudaba del cariño de su padre, Roberto no temía sus relámpagos de furor, pero le acongojaba la idea del dolor que iba a producir a aquel bondadoso gigante al decirle la verdad. Teodorico interrumpió sus pensamientos con impaciencia:

- Bueno, ¿qué?…               
               
Roberto con su mirada firme  respondió:

- Señor, dije lo que siento. Yo nunca seré armado caballero porque conozco una forma de caballerosidad más noble y elevada.

- No sé cuál podrá ser -replicó Teodorico sondeando con sus ojos negrísimos los ojos pardos de su hijo.

- La forma más elevada de caballerosidad en este mundo señor. ¡La caballerosidad de ser generoso con Dios!

(Tres monjes rebeldes, P. Raymond).

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