El
sacerdocio lleva a servir a Dios en un estado que no es, en sí, ni mejor, ni
peor que otros: es distinto. Pero la vocación de sacerdote aparece revestida de
una dignidad y de una grandeza que nada en la tierra supera. Santa Catalina de
Siena pone en boca de Jesucristo estas palabras: no quiero que mengüe la
reverencia que se debe profesar a los sacerdotes, porque la reverencia y el
respeto que se les manifiesta, no se dirige a ellos, sino a Mí, en virtud de la
Sangre que yo les he dado para que la administren. Si no fuera por esto,
deberíais dedicarles la misma reverencia que a los seglares, y no más... No se
les ha de ofender: ofendiéndolos, se me ofende a Mí, y no a ellos. Por eso lo
he prohibido, y he dispuesto que no admito que sean tocados mis Cristos (Santa
Catalina de Siena, El Dialogo cap. 116; Cfr. Ps CIV, 15).
Algunos se afanan por buscar,
como dicen, la identidad del sacerdote. ¡Qué claras resultan esas palabras de la
Santa de Siena! ¿Cuál es la identidad del sacerdote? La de Cristo. Todos los
cristianos podemos y debemos ser no ya alter Christus sino ipse Christus otros
Cristos, ¡el mismo Cristo! Pero en el sacerdote esto se da inmediatamente, de
forma sacramental.
(Homilía
de S. José María Escrivá de Balaguer)
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