viernes, 18 de septiembre de 2015

Una pieza de ajedrez. P. Segundo Llorente (VI)

            El primero de diciembre de 1941, llegó el criado del padre Fox y nos entera de que anda bastante alicaído. Me escribe rogándome le haga una visita para ayudarle a resolver varios problemas que trae entre manos.

         Me encomiendo a Dios con todo fervor y le hago ofrecimiento de todas las penalidades que me esperan en el largo viaje cuya perspectiva pugna por amedrentarme. Pero me apresto a la lucha poniendo en Dios mi confianza y esperándolo todo de Él, porque “sin Mí no podéis hacer nada”, que dijo Jesucristo.

         Pasamos por Cañak, una aldea de dos casas. En una de ellas se estaba muriendo una mujer que había estado de niña en nuestra escuela de Akulurak. Se alegró mucho al verme entrar a gatas en su choza subterránea; y no fue menor mi alegría interior al ver y admirar la providencia de Dios en semejante coincidencia, al parecer tan casual.

         Después de un coloquio espiritual se confesó en medio de una gran tos muy congojosa. Le di luego la extremaunción con todo sosiego y acto seguido rezamos todos el rosario. Unas horas después, la enferma deseaba recibir la sagrada comunión, así que dije misa para darle este último consuelo.

         Al día siguiente me informan de que acababa de fallecer. Había estado grave muchos días, pero Dios la sostuvo hasta el punto y hora en que llegué yo para empaquetarla para el cielo.

         El misionero es una pieza de ajedrez que Dios maneja según los designios de su providencia amorosa.


(P. Segundo Llorente, 40 años en el Círculo Polar)

No hay comentarios:

Publicar un comentario