El
primero de diciembre de 1941, llegó el criado del padre Fox y nos entera de que
anda bastante alicaído. Me escribe
rogándome le haga una visita para ayudarle a resolver varios problemas que trae
entre manos.
Me encomiendo a Dios con todo fervor y
le hago ofrecimiento de todas las penalidades que me esperan en el largo viaje
cuya perspectiva pugna por amedrentarme. Pero me apresto a la lucha poniendo en
Dios mi confianza y esperándolo todo de Él, porque “sin Mí no podéis hacer
nada”, que dijo Jesucristo.
Pasamos por Cañak, una aldea de dos
casas. En una de ellas se estaba muriendo una mujer que había estado de niña en
nuestra escuela de Akulurak. Se alegró mucho al verme entrar a gatas en su
choza subterránea; y no fue menor mi alegría interior al ver y admirar la
providencia de Dios en semejante coincidencia, al parecer tan casual.
Después de un coloquio espiritual se
confesó en medio de una gran tos muy congojosa. Le di luego la extremaunción
con todo sosiego y acto seguido rezamos todos el rosario. Unas horas después,
la enferma deseaba recibir la sagrada comunión, así que dije misa para darle
este último consuelo.
Al día siguiente me informan de que
acababa de fallecer. Había estado grave muchos días, pero Dios la sostuvo hasta
el punto y hora en que llegué yo para empaquetarla para el cielo.
El misionero es una pieza de ajedrez
que Dios maneja según los designios de su providencia amorosa.
(P. Segundo Llorente, 40 años en el Círculo Polar)
No hay comentarios:
Publicar un comentario