Dramática declaración. Alfonso Sánchez nunca pudo prever que
aquella hija suya, que sólo le preocupaba por su excesiva afición al mundo,
quisiera ahora dejarle: “Lo más que se pudo acabar con él fue que, después de
muerto él, haría lo que quisiese”.
Teresa hizo intervenir a amigos y
parientes, pero ninguno logró convencerle. El que se había comprometido por
contrato a entregar anualmente varias fanegas de trigo a los pobres se resistía
a entregar a Dios a su hija preferida; su piedad no llegaba a la renuncia, su
generosidad no cedía más que lo superfluo.
Teresa, por su parte, se preguntaba si
sería capaz de mantener su decisión de una manera inquebrantable: “Me temía a
mí y a mi flaqueza”. ¿Y el cielo? ¿Y el infierno?... Para volver su pensamiento
a Dios tenía que retorcerse y forzarse. Ahora sabía, gracias a su experiencia
en Nuestra Señora de Gracia, que una vez estuviera en el convento no lo
lamentaría: lejos de las ocasiones, llevaría a cabo con rigor y método el lento
trabajo de su transformación interior. Allí, nada la distraería de Dios. Ardía,
pues, en deseos de comenzar.
(La Vida de Santa Teresa de Jesús, Arcaduz).
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