miércoles, 22 de julio de 2015

Ejercicios y Predicación (II). S. Ignacio de Loyola (XI)

Conviene notar algunas circunstancias de este ministerio de la palabra, tal como se inauguró en la Compañía. Primero, que era de todos y siempre. Ignacio, que gobernaba; Fabro, que iba enviado del Papa a Parma, a Alemania y a España; Salmerón y Broet, Nuncios pontificios en Irlanda; Laínez y Salmerón, grandes teólogos en el Concilio de Trento; Bobadilla, delegado en las Dietas imperiales; todos miraban como su primero y esencial ministerio la predicación apostólica.

Lo segundo, que aquellos hombres ni se ataban ni se dejaban atar nunca en materia de predicación, o, en otras palabras, no eran regidos por los ministerios que otros les impusiesen, sino que predicaban donde y cuando les parecía bien. Por esto renunciaron a toda suerte de estipendio, para tener toda la libertad apostólica.

Lo tercero, que su principal ministerio era siempre de humildad: los niños de la calle, llamados con una campanilla, los pobres enfermos de los hospitales. A los que fueron al Concilio de Trento mandó S. Ignacio que, antes de decir su parecer en aquella asamblea, evangelizasen a los pobres según la norma evangélica.

Lo cuarto, finalmente, que sentían vivísimamente que toda vida espiritual viene de la unión con Jesucristo, por lo cual el fin y término de toda su predicación era llevar la gente a los sacramentos. Ahora no nos parece esto gran maravilla, pero entonces era una novedad prodigiosa.


(S. Ignacio de Loyola, P. Casanova).

No hay comentarios:

Publicar un comentario