viernes, 24 de julio de 2015

A tierra de moros. Santa Teresa de Jesús (I)

     Teresita consideraba que los mártires “compraban muy barato el ir a gozar de Dios” y deseaba imitarlos no porque amase mucho a Dios, sino porque quería disfrutar cuanto antes de los bienes celestiales descritos en la vida de los santos.


Le gustaba saborear particularmente la palabra “eterno”, que quiere decir “para siempre”, explicaba la pequeña. Agudo sufrimiento, sí, pero breve; y a cambio, la gloria eterna. Basta –le decía ella a su hermano mayor Rodrigo- con un momento de decisión: “una determinacioncilla”.

En ese mismo año, la conquista de Rodas por los turcos, que consternó a las personas mayores, inflamó de ansias de sacrificio el alma de una niña que nada sabía de geografía: imaginó que ahora sería más fácil ir a tierra de moros para hacerse decapitar, y que mendigando “por amor de Dios” el pan en los caminos, acabaría llegando allá. ¿De qué iba a servir el espíritu crítico de un chico de diez años frente a su hermana menor, pero dotada ya de una poderosa capacidad de convicción? Así pues, una mañana, de madrugada, se escabulleron por las puertas recién abiertas, atravesaron en puente sobre el Adaja y emprendieron el camino “hacia tierras de moros” en dirección a Salamanca.

Y allí, no lejos todavía de Ávila, los encontró su tío Don Francisco Álvarez de Cepeda. Caminaban decididos: la larga falda de Teresita barría el polvo del camino, y los dos llevaban unos mendrugos de pan envueltos en una servilleta anudada al extremo de un palo. Rodrigo, a quien ya le dolían los pies, confesó al momento, mientras su hermana apretaba los dientes para guardar su secreto y su enojo. Una vez llegados a casa, pasada la alegría del reencuentro, Rodrigo demostró menos estoicismo ante la paliza que se avecinaba que ante el pasado deseo de martirio: “Fue Teresa la que me obligó…” Y la niña fue castigada.

(La Vida de Santa Teresa de Jesús, Arcaduz). 

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