Me dijo un padre en la universidad Gonzaga: “Yo le pregunté a
su hermano una vez: “Padre Llorente, usted, ¿qué hizo cuarenta años en Alaska?”
Y como se lo dije en el tono de “para qué perdió usted tanto tiempo allí”, me
contesto: “Estuve cuarenta años enseñando a los esquimales… a hacer la señal de
la cruz. Y con eso me doy por contento”.
Dios nuestro Señor lo
usó, no tanto para hacer bien a los esquimales sino para que desde allí,
con el talento que Dios le dio como escritor, empezara a escribir cartas y
artículos que se convertían en libros; llegó un momento en que los seminarios y
noviciados se llenaban de entusiasmo por las aventuras del misionero de Alaska,
Yo he encontrado decenas y docenas de religiosas y sacerdotes que me han dicho:
“Debo la vocación a los libros de su hermano”. Porque, realmente, contagió esta
alegría inmensa que tenía de ser sacerdote y de ser misionero; no la perdió
nunca.
(Hermano del P. Segundo Llorente, 40 años en el Círculo Polar)
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