Por
fin, tenemos que imitar a la Santísima Virgen en dar a Jesucristo a las almas,
ser también madre de los pecadores como la Santísima Virgen.
Y ¿cómo podremos realizar esta
perpetuación de la Santísima Virgen en su función de ser madre de las almas, de
llevar a Cristo a las almas? Cristo nos ha venido por la Virgen y sigue
viniendo por la Virgen. Y nosotros también tenemos que llevarlo por la Virgen.
Lo haremos posible ante todo realizando
la dulce presencia de María. La Virgen tenía ese deseo grande de perpetuarse en
las almas que consagrasen a su Hijo toda su vida para complacerle a Él. Pero
entre estas almas hay algunas en las cuales especialmente la Virgen quiere
realizar su presencia por una especial docilidad a sus inspiraciones, almas que
Ella escoge particularmente para reflejarse en ellas.
Y en estas almas, más que en las otras,
hace que viva el amor de Cristo; más aún, Ella misma ama en ellas a Cristo, de
modo que el amor de esas almas lo vea Jesús como infundido, sostenido, ayudado
y elevado por la misma Santísima Virgen.
(En el Corazón de Cristo, P. Mendizábal).
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