sábado, 27 de junio de 2015

P. Mendizábal (IX)

Dice Beda el Venerable que la Virgen fue feliz por haber sido Madre de Cristo engendrándolo físicamente, pero más dichosa todavía porque quedó como custodia perpetua del amor de Cristo.

         Ella es la que tiene el cuidado de que Cristo sea amado en el mundo. Cuidado de la Virgen que debe ser también nuestro cuidado. En docilidad con la Santísima Virgen, tenemos que ser también nosotros custodios del amor de Cristo. Nuestra consagración a Él nos tiene que llevar a esto.

         Ahí tenemos un modo de realizar esta perpetuación de la Virgen, la dulce presencia de María en el mundo.

         María no está entre nosotros como está Jesucristo en la Eucaristía por una presencia real, sino que está entre nosotros con esta otra presencia moral, por la presencia de almas dóciles a su inspiración y que perpetúan este amor a Cristo.
         Y en nuestra vida activa de trato con las almas, procuremos sinceramente que todas las almas confiadas a nosotros aprendan de nosotros a amar a Cristo. Imitar a la Santísima Virgen siendo custodios del amor de Cristo, pero del amor de Cristo perfecto.


         (En el Corazón de Cristo, P. Mendizábal).


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