viernes, 19 de junio de 2015

Aceitunas andaluzas. P. Segundo Llorente (V)

      Detrás de aquellos conos, entre aquellas cordilleras, no se sabe lo que hay. Desde el día de la creación hasta hoy aquella naturaleza virgen y bravía da gloria a Dios a su modo, sola y sin testigos, y es de creer que seguirá envuelta en los pliegues de la soledad y del misterio hasta el día del juicio.

         Por fin llegué a Nenana, donde debía encontrar el vaporcito que me había de llevar 1.200 km en dirección a Siberia. Pero el tal vaporcito había sufrido averías y no llegaría hasta “dentro de unos días”. ¿Cuántos? Nadie lo sabía a punto fijo.

         Al anochecer fui a cenar a una taberna, donde me sentaron junto a tres hombrachones que devoraban como mastines. En la mesa había un tarro con este letrero: “aceitunas andaluzas”. Las miré con una ternura exagerada, mientras pensaba para mis adentros: ¿será posible que sean éstas aquellas aceitunas que yo vi acarrear en la vega de Granada, las que colgaban de aquellos olivos espesos bajo los cuales me senté cien veces a reposar en mis caminatas a Sierra Elvira? Y sin más, ordené que me sirvieran una docena. Aquellas aceitunas eran paisanas mías y estaba seguro que preferían las comiese yo en vez de aquellos extranjeros.

(P. Segundo Llorente, 40 años en el Círculo Polar)

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