Escuchar a Cristo y adorarlo nos lleva a elecciones valientes,
a tomar decisiones a veces heroicas. Jesús es exigente porque quiere nuestra
felicidad auténtica. Llama a algunos a dejarlo todo y a seguirle en la vida
sacerdotal o consagrada. Los que escuchen esta invitación ¡que no tengan miedo
de responder afirmativamente, y que se pongan en camino con ánimo generoso!
Pero, fuera de las vocaciones particulares de consagración, hay la vocación
propia de todo bautizado: también es una vocación en “alto grado” de la vida
cristiana ordinaria que se expresa en la santidad.
Muchos de nuestros contemporáneos no conocen todavía el amor
de Dios o buscan llenar su corazón con sucedáneos insignificantes. Es, pues,
urgente, ser testimonios del amor contemplado en Cristo... La Iglesia tiene
necesidad de testimonios auténticos para la nueva evangelización: hombres y
mujeres cuya vida ha sido transformada por el encuentro con Jesús, hombres y
mujeres capaces de comunicar esta experiencia a los otros. La Iglesia tiene
necesidad de santos. Todos estamos llamados a la santidad y únicamente los
santos podrán renovar a la humanidad.
(San Juan Pablo II, Mensaje a los jóvenes para las Jornadas XX
de JMJ , 6 abril 2004).
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