jueves, 6 de octubre de 2016

Solo un error en la vida


La tarde del entierro de Teodorico, Mario encontró a su amigo sentado ante su mesa, contemplando fijamente el crucifijo que tenía entre las manos.

- ¿Estáis pensando en la muerte? –le preguntó.

- ¡En la vida, Mauro, en la vida! –respondió con firmeza inesperada Roberto sin levantar siquiera los ojos- Lo que importa no es la muerte, lo que importa es lo que pasa antes de la muerte.

Y volviéndose hacia su amigo, añadió:

- Pensadlo bien; mi padre ha ganado la eternidad por lo que hizo en el tiempo. Las acciones que llamamos “pasajeras”, los hechos que llamamos “cosas del momento”, tienen una duración eterna. Nuestras vidas se viven bajo la mirada del Eterno, lo que comprobaríamos si tuviéramos los ojos bien abiertos. Mauro: nuestros días son proyectados contra un fondo de finalidad que asusta. ¿Oísteis las últimas palabras de mi padre?

- No.

- “Solo hay un error en la vida –dijo- el de no ser santo”.

- ¿Dijo eso?

- Sí, Mauro; tales fueron las palabras que, moribundo, pronunció mi padre, y en toda su vida no pronunció una sílaba más cierta. Para eso nacen los hombres, Mauro. Para eso estamos aquí, en San Pedro de la Celle, vos y yo: para no cometer el único error de la vida.


(Tres monjes rebeldes, P. Raymond).

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