Cuando supieron en San José
que la Madre Teresa de Jesús, a sus cincuenta y dos años, pensaba abandonar
Ávila para fundar otros monasterios, sus hijas quedaron desoladas. Ella se
apresuró a entusiasmarlas con su obra:
- ¿Acaso vamos a conformarnos
con que la Orden de Nuestra Señora del Carmen tenga tan sólo un convento reformado?
¿Vamos a pensar solamente en nosotras? No, hijas mías, no basta con que trece
carmelitas descalzas se entreguen a la oración y a la penitencia y ganen el pan
con el sudor de su frente para salvarse ellas solas cuando el mundo entero está
siendo consumido por el fuego.
(La Vida
de Santa Teresa de Jesús, Arcaduz).
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