Quisiera terminar con tres cosas. Primero, la adoración. «¿Tú
rezas?». —«Yo rezo, sí». Pido, doy gracias, alabo al Señor. Pero, ¿adoras al
Señor? Hemos perdido el sentido de la adoración a Dios: es necesario retomar la
adoración a Dios. Segundo: tú no puedes amar a Jesús sin amar a su esposa. El
amor a la Iglesia. Hemos conocido muchos sacerdotes que amaban a la Iglesia y
se veía que la amaban. Tercero, y esto es importante, el celo apostólico, es
decir la misionariedad. El amor a la Iglesia te conduce a darla a conocer, a salir
de tí mismo para ir fuera a predicar la Revelación de Jesús, te impulsa también
a salir de ti mismo para ir hacia la trascendencia, es decir la adoración. En
el ámbito de la misionariedad creo que la Iglesia debe caminar un poco más,
convertirse más, porque la Iglesia no es una ong, sino que es la esposa de
Cristo que tiene el tesoro más grande: Jesús. Y su misión, su razón de existir
es precisamente esta: evangelizar, es decir, llevar a Jesús. Adoración, amor a
la Iglesia y misionariedad. Estas son las cosas que me surgieron espontáneas.
(Encuentro con el clero, los religiosos y los diáconos
permanentes en la Catedral, Visita Pastoral del Santo Padre Francisco a Pompeya
y Nápoles. Sábado 21 de Marzo de 2015)
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