Teresa sueña con lo que
fue la Orden de Nuestra Señora antes de que el Papa Eugenio IV cediera a
la miseria de los tiempos y mitigara los rigores de la regla primitiva,
haciendo así de unos carmelos que habían sido fortalezas de oración y
penitencia, píos hogares de retiro para hombres o mujeres solos.
Tales reflexiones espolean
a Teresa, son ahora el tema principal de sus conversaciones:
-
El Dios Eterno no se hallaba en el viento impetuoso,
ni en el temblor de tierra, ni en el fuego, sino en un suave y ligero murmullo,
con el que habló a Elías… ¿Creéis que aquí es posible escuchar ese murmullo
suave y ligero? No hay quien pare en este monasterio, somos demasiadas…
Fue su
sobrina María de Ocampo la primera en intervenir:
-
¿Y por qué no nos vamos y hacemos una vida solitaria
como la de los ermitaños?
Era tanto como responder al deseo de la carmelita, ansiosa
de hacer algo. “Mas yo, por otra parte, como tenía tan grandísimo contento en
la celda en la que estaba, hecha muy a mi propósito, todavía me detenía”. Pero
no era ella la que tenía que escoger, sino Dios. “Con todo, concertamos
encomendarlo mucho a Dios”.
(La Vida
de Santa Teresa de Jesús, Arcaduz).
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