miércoles, 4 de noviembre de 2015

Necesidad de recogimiento. Santa Teresa de Jesús (XVIII)

       En la Encarnación, más de cuarenta religiosas siguen ahora a Teresa por caminos de oración e imitan sus virtudes. Sus virtudes sí, pero no sus éxtasis: ella se esfuerza en persuadirlas que el cielo se gana mediante la obediencia y el olvido de uno mismo, no por el deseo de gracias sobrenaturales; los arrobamientos y los éxtasis acreditan la bondad de Dios, pero no nuestras perfecciones.

         ¿Podrá Teresa proseguir sin sobresaltos, en la Encarnación, su marcha ascendente? Difícilmente, pues ese monasterio es más bien un mercado, una feria, una calle comercial. El número de religiosas, al que viene a añadirse el de pensionistas seglares, siempre ha sido excesivo y las que se preocupan por respetar la Constitución siempre han estado en minoría. Los rumores del mundo penetran por todas partes y Teresa tiene que acudir al locutorio con mucha más frecuencia que la que quisiera.

         Esas conversaciones son una pérdida de tiempo, una fuente de distracciones en la oración, de enfriamiento del amor de Dios. Parientes y amigos se han convertido, para Teresa, en enemigos de la vida interior, porque ha comprobado el efecto disolvente de las palabras inútiles, la acción corrosiva de la crítica, a la que no siempre es fácil oponerse. La soledad, por el contrario, engendra silencio, el silencio la concentración, la concentración la fuerza interior; fuerza por el amor, para el bien del mundo.


(La Vida de Santa Teresa de Jesús, Arcaduz).


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