viernes, 7 de agosto de 2015

Adolescencia (II). Santa Teresa de Jesús (IV)

No busquemos nada más que lo que ella misma confiesa sobre ese amor de la adolescencia del que se arrepintió amargamente. Se acusa del deleite que encontraba en las conversaciones con una prima poco escrupulosa en la elección de las diversiones y con la que compartía su afición por las vanidades. Don Alonso y la sensata hermana mayor protestaban inútilmente contra esa amistad. “Mi sagacidad para cualquier cosa mala era mucha”, confiesa Teresa.

         “Mi malicia para el mal bastaba, junto con tener criadas, que para todo mal hallaba en ellas buen aparejo. Que si alguna fuera en aconsejarme bien, por ventura me aprovechara; mas el interés les cegaba, como a mí la afección”. “Y pues nunca era inclinada a mucho mal, porque cosas deshonestas naturalmente las aborrecía, sino a pasatiempos de buena conversación; mas puesta en la ocasión, estaba en la mano el peligro, y ponía a él a mi padre y hermanos. De los cuales me libró Dios de manera que se parece bien procuraba contra mi voluntad que del todo no me perdiese”.

         Teresa tiene su excusa para esos amores secretos: su mismo confesor y muchas otras personas virtuosas no veían mal alguno en el sentimiento que la inclinaba hacia aquel joven: “era el trato con quien por vía de casamiento me parecía podía acabar bien”.

         Un primo enamorado, una prima y unas criadas cómplices: esto es lo que ella confiesa.

         Verdad es que a Teresa sólo le atrae lo que permanece “para siempre, para siempre”.

         La boda de su hermana María dio lugar a festejos, y Teresa, aunque enamorada, se asombró del placer que le producía que la admirasen y sufrió viendo a su caballero galantear a otras invitadas.


(La Vida de Santa Teresa de Jesús, Arcaduz).


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