jueves, 23 de junio de 2016

Sacerdote para la eternidad (XVII)


En la Santa Misa adoramos, cumpliendo amorosamente el primer deber de la criatura para su Creador: adorarás al Señor, Dios tuyo, y a El sólo servirás (Dt VI, 13; Mt IV, 10). No adoración fría, exterior, de siervo: sino íntima estimación y acatamiento, que es amor entrañable de hijo.

En la Santa Misa encontramos la oportunidad perfecta para expiar por nuestros pecados, y por los de todos los hombres: para poder decir, con San Pablo, que estamos cumpliendo en nuestra carne lo que resta que padecer a Cristo (Cfr. Col I, 24). Nadie marcha solo en el mundo, ninguno ha de considerarse libre de una parte de culpa en el mal que se comete sobre la tierra, consecuencia del pecado original y también de la suma de muchos pecados personales. Amemos el sacrificio, busquemos la expiación. ¿Cómo? Uniéndonos en la Santa Misa a Cristo, Sacerdote y Víctima: siempre será El quien cargue con el peso imponente de las infidelidades de las criaturas, de las tuyas y de las mías.

(Homilía de s. José María Escrivá de Balaguer)

No hay comentarios:

Publicar un comentario