viernes, 10 de junio de 2016

Katie. P. Segundo Llorente (XIX)

   
A Katie la descubrí en una choza en la ya desaparecida aldea de Anarchik, en 1942. Era un encanto de niña con unos ojos grandes, purísimos, que rompieron a llorar cuando yo propuse en voz alta que fuese a nuestra escuela de Alakanuk a educarse.

Katie no era lo que se dice un talento ni mucho menos; pero se empezó a portar tan bien, que las madres aseguraban que era un encanto de niña. Yo la empecé a llamar abadesa.

No hay como empezar a llamar a los niños lo que uno quisiera que fueran cuando crezcan. Nuestra abadesa se fue portando cada vez mejor, hasta que con los años fue tenida por todos como un alma lo que se dice buena.

Yo la solía preguntar si prefería casarse con un borracho que la apalease o ser una monja buena que fuese el encanto de Jesucristo. Confieso que la alternativa admitía un término medio, o varios, pero Katie me aseguraba que prefería lo segundo.

Cuando se pensó en resucitar a las difuntas hermanas de la Nieve, Katie fue la primera que nos vino a todos a la mente, y en efecto, fue la primera en tomar el hábito.

(P. Segundo Llorente, 40 años en el Círculo Polar)

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