sábado, 14 de febrero de 2015

P. Mendizábal (I).


             El gran modelo de nuestra consagración total a Cristo es la Santísima Virgen.

          Si queremos comprender un poco la virginidad de María tenemos que partir de este punto: la Virgen, desde su concepción destinada a ser Madre de Dios, era objeto de un amor de predilección de parte de Dios que no podemos concebir.

          Dios alrededor de ella constituía como un cerco amoroso que le hacía penetrar sensiblemente la delicadeza de su amor. Y ella lo sentía y tendía a Dios con toda la sublimidad y sencillez de la tendencia total.

          La mayor parte de las vírgenes cristianas entienden esta infiltración amorosa de Dios con sólo echar una mirada sobre sí mismas. Porque aun ahora Dios lo hace muchas veces.

Hay muchas almas que ha escogido desde pequeñas con amor, y es celoso de que el corazón de esas jóvenes no sea para ningún otro. A pesar de que nosotros muchas veces les damos consejos de que tienen que vivir la vida de hoy para que sean “normales”, porque todo lo demás es complejo, anormal, atentando así contra la vida de la gracia.


(En el Corazón de Cristo, P. Mendizábal).


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