lunes, 9 de febrero de 2015

Apóstol de los apóstoles


            Durante un mes conviví con muchos sacerdotes santos, y comprobé que si su dignidad sublime los eleva por encima de los ángeles, no por eso dejan de ser hombres débiles y frágiles… Si los santos sacerdotes a los que Jesús llama en su Evangelio “la sal de la tierra” muestran con su conducta que tienen necesidad extrema de oraciones, ¿qué se habrá de decir de los que son tibios? ¿No dijo también Jesús: “Si la sal se torna insípida, ¿con qué se la sazonará?”

        ¡Oh, Madre mía, qué bella es la vocación que tiene por fin conservar la sal destinada a las almas! Esta es la nuestra, puesto que el único fin de nuestras oraciones y de nuestros sacrificios es: ser cada una de nosotras “apóstol de apóstoles”, rogando por los sacerdotes, mientras ellos evangelizan a las almas con su palabra y, sobre todo, con su ejemplo…

(Santa Teresita del Niño Jesús, Historia de un alma)


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