viernes, 16 de enero de 2015

¿Sacerdote? Antes lo quiero muerto. San Juan Bosco (XI).

Acompañada de su hijo pequeño fue un día a ver a D. Bosco una señora perteneciente a una noble familia turinesa, que pasaba por ser muy religiosa.

         D. Bosco, en su bondad, preguntando a la señora por la salud de sus hijos, terminó por decirle:

         --Y de su primogénito, ¿qué piensa hacer?

         --Será diplomático, como su padre.

         --¿Y el segundo?

         --Está en la Academia Militar y piensa llegar a general, sería el primero de la familia que no llegara a ese grado.

         Y luego, señalando al pequeño, preguntó D. Bosco:

         --¿Y de éste? A este lo haremos sacerdote, ¿qué le parece?

         Cuando oyó la palabra sacerdote, la noble visitante, como espantada, permaneció un instante muda, pero luego se rehízo y exclamó furiosa:

         --¡No, sacerdote, no; antes muerto!

         D. Bosco, profundamente entristecido, trató de llevar a la señora a mejores sentimientos y le hizo notar que su palabra no era un veredicto. Todo fue inútil; la mujer repitió la tremenda imprecación y se retiró del todo descompuesta.

         Ocho días después D. Bosco la vio comparecer de nuevo, temblorosa y con los ojos hinchados y rogándole:

         --Venga, venga en seguida, por caridad, a bendecir a mi hijo, el que estuvo aquí conmigo: se me está muriendo.

         D. Bosco acudió al lecho del enfermito, que le tomó la mano y se la besó. Mientras tanto los médicos, tras su consulta, declararon sencillamente que ignoraban por completo la naturaleza del mal.

         El niño, que había comprendido todo, llama a su madre y con débil voz le dice:

         --Estos señores no saben por qué me muero, pero yo lo sé. Fueron tus palabras las que me dan la muerte. ¿Te acuerdas cuando estuvimos con D. Bosco? Pobre mamá. Tú preferías verme muerto antes que darme a Dios; y el Señor me toma para Él.


         D. Bosco, aterrorizado por la triste escena de que lo hacía espectador la divina justicia, no pudo hacer otra cosa que preparar a la familia exhortándola a resignarse a la voluntad de Dios y prometiendo hacer rezar con ese fin. Apenas había salido de la casa, cuando corrieron a anunciarle que el niño estaba muerto.

         (Florecillas de D. Bosco, 79).


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