sábado, 10 de enero de 2015

El perdón de un sacerdote de Jesucristo

       La mañana del 23 de julio de 1992, un numeroso grupo de militares serbios llegan al pueblo y se lleva a los 106 hombres católicos de la aldea, entre ellos al padre Ilijo Arlovic, sacerdote de varias de las aldeas cercanas en Bosnia.

         Durante dos semanas, el padre Ilijo y sus feligreses viven un auténtico infierno.

--Padre Ilijo, ¿qué recuerda de aquellos días?

--Recibí más de 300 golpes con un bate de béisbol. Me tiraban al suelo cada noche y literalmente bailaban sobre mi cuerpo cantando canciones marxistas. Me aplastaron. Me fracturaron siete costillas y me dislocaron varias vértebras. Pero eso no fue lo peor. En una aldea cercana, pequeña, asesinaron en una mañana a los 77 fieles católicos de la parroquia, todos ellos de entre 14 y 75 años. Familias enteras, mujeres, ancianos y niños de la misma casa.  Lo más doloroso que recuerdo de aquello es no haber muerto con ellos, con mis feligreses.

--¿Qué pasó cuando usted fue liberado?

--Al terminar la guerra yo volví a aquel pueblo y no quedaba nadie. Las casas estaban destruidas y la iglesia incendiada. Ahora solo hay un cementerio con 77 tumbas. Y recuerdo cómo años después, vino a mí uno de los delatores de mis feligreses, uno de los que señaló con el dedo las puertas de las csasas de los católicos. Vino porque durante la posguerra se pasaba hambre y él necesitaba trabajo. Y yo se lo di.

--¿Le perdonó?

--Sí. Le perdoné poque soy sacerdote de Jesucristo y Él me enseñó a pedonar a mis asesinos y torturadores. Si no le hubiese perdonado, no sería sacerdote de Jescristo.

--Padre Ilijo, ¿y ha olvidado?

-- No. Eso es imposible. Me gustaría olvidar todo aquello, de veras, pero las pesadillas no me dejan. Es suficiente con haber perdonado.

(Jesús García, Ayuda a la Iglesia Necesitada).

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