domingo, 19 de febrero de 2017

El único posible cumplimiento adecuado del anhelo femenino


Probemos ahora cómo la vida religiosa se encuentra en conformidad con la especificidad femenina. 
El motivo, principio y fin de la vida religiosa está en el entregarse a Dios sin límite alguno y en el olvido de sí mismo, en el no contar con la propia vida a fin de darse espacio para la vida de Dios. Cuanto más plenamente se realiza esto, tanto más rica y divina vida siente el alma. Pero la vida divina es amor sobreabundante, sin indigencia, regalado libremente, inclinado misericordiosamente a toda realidad menesterosa, amor que sana lo enfermo y vuelve a la vida a lo muerto, amor que protege y cuida, que alimenta, enseña y educa, amor que con los tristes se entristece y con los alegres se alegra, que para todo ser es servicial, a fin de que llegue a ser aquello para lo que el Padre le ha creado; en una palabra, amor del corazón divino. Entregarse amando así, llegar a ser totalmente propiedad del otro y poseer totalmente a ese otro, todo eso constituye el deseo profundo del corazón femenino.

Cuando esta entrega ocurre frente a un ser humano, es un sacrificio de sí desencaminado, una esclavización y a la vez una aspiración injustificada que ningún ser humano puede llevar a cabo. Solo Dios puede aceptar en su totalidad la entrega de un ser humano, y aceptarla de tal manera que el ser humano no pierda su alma, sino que la gane. Y solo Dios puede regalarse a sí mismo a un ser humano de tal modo que llene todo su ser, sin perder nada de sí a la vez. Por ello es la donación absoluta de sí, el principio de la vida religiosa, y a la vez el único posible cumplimiento adecuado del anhelo femenino.

(Santa Teresa Benedicta de la Cruz)

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