viernes, 11 de noviembre de 2016

Predicación. Santo Cura de Ars (XXV)


Todavía fue más devorador el celo que desplegó el Rdo. Vianney para instruir a los fieles de su parroquia por medio de la predicación.

Para ello se instaló en la sacristía. Se abría ésta hacia el altar mayor y así podía trabajar a la vista del divino Maestro. Arrodillado en las gradas del altar, meditaba lo que leía y se imaginaba presentes aquellos pobres feligreses a quienes había de dirigir la palabra. Estaba ante el divino Maestro, que supo explicar las verdades más sublimes al alcance de los pescadores, campesinos y pastores, y le suplicaba con lágrimas que le inspirase los pensamientos y palabras que habían de conmover y convertir a su pueblo.

Cada uno de sus sermones duraba una hora entera. Los pronunciaba con voz gutural, en la que dominaban las notas elevadas. “¿Por qué grita usted tanto cuando predica?- le preguntaba la señorita de Ars, inquieta por el esfuerzo que hacía desde el púlpito- Debe usted cuidarse un poco”. “Señor Cura –le decía otra persona- ¿cómo es que cuando reza habla tan bajo y tan fuerte cuando predica?” “Es que cuando predico- replicaba el santo varón- hablo con sordos, a gente dormida, mas cuando rezo hablo con Dios, que no está sordo”.

(El Santo Cura de Ars, Arcaduz)

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