jueves, 3 de noviembre de 2016

Hagamos olvidar a Dios que el mundo le está olvidando a Él


 Después de la Misa, la comunidad se reunió en la sala capitular. Roberto se sorprendió al comprobar la viveza de su pulso. Esperaba sacudir su apatía con la eficacia de su palabra:

- Hagamos olvidar a Dios el mundo que le está olvidando a Él.


A continuación les pintó un vivo panorama de lo que era el mundo en el año 1065. Les habló de la codicia que se había apoderado de los hombres, haciéndoles enloquecer en su ansia de poder, riqueza y placer. Dijo que una mundo “olvidado de Dios”, y rogó a sus monjes que hicieran a Dios olvidar su olvido.

Una vez captada su atención, varió de tono y les habló de la luz que inundara su mente desde los días de su noviciado, mostrándole la discrepancia entre la Regla escrita y la Regla que se observaba. Les habló del fuego que ardía en su alma por vivir la vida monástica de manera más generosa, de la manera de ser valerosos con Dios viviendo más estrictamente la observancia. Para hacer que Dios olvidara los pecados del mundo, debía haber más silencio y más soledad en los monasterios, los monjes debían ceñirse más estrechamente al texto de la Regla en cuando al alimento.

(Tres monjes rebeldes, P. Raymond)

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