miércoles, 2 de noviembre de 2016

El ajuar de Dios. Santo Cura de Ars (XXIII)


El Rdo. Vianney amó en seguida aquella antigua iglesia como si fuese su casa paterna. Para embellecerla comenzó por lo principal, o sea, por el altar, centro y razón de ser de todo templo. Por respeto a la Sagrada Eucaristía, quiso que fuese lo mejor posible. Para esta primera adquisición no llamó a ninguna puerta. Lo pagó de su peculio y con franca alegría ayudó a los trabajadores a levantar el nuevo altar mayor. Con esto y otras modificaciones la iglesia ganó mucho en decencia y novedad.

Después procuró aumentar lo que llamaba “el ajuar de Dios”. Visitó en Lyon los talleres de bordados y orfebrerías y compró cuanto le pareció de más precio. “En la campiña –decían aquellos comerciantes admirados- hay un cura pobre, delgado y mal arreglado, que parece no tener un céntimo, y se lleva para su iglesia lo mejor”. Un día de 1825 fue con la señorita de Ars a comprar ornamentos para la misa. A cada cosa que le mostraban repetía: “¡No me parece bastante bien!... ¡Ha de ser mejor que esto!”


Estas transformaciones materiales no fueron en medida alguna inútiles. Fueron una prueba del celo del pastor y alegraron a las almas fervorosas; algunos, desconocidos en el templo, con más curiosidad quizás que devoción, se dejaron ver en la iglesia los domingos.

(El Santo Cura de Ars, Arcaduz).

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